martes, 30 de octubre de 2018
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Capítulo uno:
En ese instante, unos toques procedieron de la puerta. Por un momento pensó en su hija, pero era imposible ya que su padre, Atfachí, se la arrebató. Quiso odiarlo por eso y desear nunca haberse casado con él, pero no pudo. Sólo a través de ese odioso matrimonio nació Kara. Los golpes en la puerta persistieron, suspirando Mahila dejó el libro en la estantería se dirigió a la puerta cuando repentinamente una visión la invadió. Una visión de su futuro, una visión de su muerte. Con el corazón acelerado y el pulso descontrolado, buscó un arma, cualquiera para poder defenderse.
—Querida, ¿qué te toma tanto tiempo? ¿No has escuchado la puerta? —Dijo Atani, la Reina Madre, su suegra, su demonio personal y su futura asesina. Como si estuviera en su casa entró pese a que la dueña de la casa aún no le había dado permiso para entrar. Si lo hubiera hecho el día anterior podría haberla detenido incluso unas horas. En ese momento Mahila solo podía aguantar.
—Deseo que la noche le sea afortunada Reina Madre —Saludó con una falsa sonrisa. —¿Qué le trae a mi humilde morada?
—No veo a tu doncella, Mahila. —Observó Atani con sus ojos negros recorriendo toda la casa. Si alguien viera cómo vivía la actual consorte del rey y la antigua reina del continente más poderoso se hubiese desconojonado vivo ahí mismo. La estancia que llamaba casa no tenía habitaciones, la cocina, la cama, el baño y el salón, todo quedaba a la vista. Por un momento la consorte se sintió desnuda. El día anterior podía llamarse reina y ocultarse tras joyas y ostentosas telas en una palacio bañado de riquezas exquisitas que los reinos colindantes solo podrían soñar. En ese momento la Reina Madre era testigo de la humildad a la que había sido relegada.
—Volverá enseguida, Reina Madre. No os preocupéis por su ausencia.
—En ese caso, quiero una taza de té caliente Mahila. Y deprisa, una Reina Madre no puede esperar ni a una consorte. —Sus palabras eran dagas que se clavaron en el corazón de su nuera. Había dolido. No lo mostró. Con una sonrisa superficial la nuera fue a hacer el té. Mientras tanto la suegra habló despacio y con tranquilidad en una silla frente a la mesa esperando su té. —¿Sabes, Mahila? Me duele en el alma lo que te ocurre. Sabes que te quiero como una hija. Has cuidado del Rey y me has bendecido con la princesa Kara. Has sido la mejor reina que has sabido ser y no mereces un final así. Enclaustrada en una casa sin habitaciones y tan solo con una doncella. No es final para una reina. —Al dirigirse a la cocina buscó un cuchillo, un tenedor, cualquier cosa que sirviese como arma. Su suegra iba a matarla pero no podría hacer ningún movimiento brusco o sospecharía. Solo tenía hasta que el té terminase de calentarse. —El té está suficientemente caliente Mahila.
Mahila se dio la vuelta y se dirigió a la pequeña mesa dónde estaba su suegra sentada. Para su sorpresa tenía el libro de cuentos de su hija, el que acababa de coger, en sus manos.
En los escasos minutos que había tardado en hacer el té no había escuchado pasos, tampoco le hubiese dado tiempo en ir a la estantería cogerlo y volver a su sitio sin que ella se hubiese dado cuenta. Nuera y suegra se miraron.
—Aquí tiene su té Reina Madre. —La consorte no miró directamente a los ojos de su superior y le entregó una taza de porcelana sobre un pequeño platillo.
—Kara te hecha de menos. Pregunta por ti todos los días. Está muy preocupada por tu estado de salud. —Sus ojos negros miraban la tapadera del libro. No era nada especial. —Su cuento favorito es el del caballo ¿verdad? Un caballo que nace sin una pata. No entiendo el motivo de que le guste. Ese caballo debería haber muerto al instante en que nació sin pata. —Tras decir esas palabras Mahila se dio cuenta. En su visión vio cómo ella se desmayaba y la vida se alejaba. Pero no había sangre ni nadie intentando estrangularla por lo que sólo le quedó una opción, el veneno. Pero cómo envenenarla si la que tomó té no es ella. Por un instante subió su mirada y se dio cuenta.
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